martes, 28 de marzo de 2017

Escenas 12, La ira que a breve olvido dejo

Podrían con gritos aterradores de instrumentos impávidos e impertérritos cual frialdad del agua de invierno alargar los gritos sollozantes con los que parece cantar con odio y voz desgarrada diatribas adheridas a este charco lodoso y asqueante que refleja la analogía de la situación viscosa y adherente en que se encontraba.

No es si no por los susurros cortos de la voz propia y recalcante de su conciencia le aclaraba que semejantes acciones que hundieron su vida en denso y mórbido momento no son como el peso que hala con hilos en todos su cuerpo al andar en su vida y le protagoniza en acto principal. Es así como este mismo a su tiempo baja la voz al ritmo del eco en su sólido cerebro de este susurro que con su eventual silencio llegará al de sus mismos labios. Esta voz baja pero con semejante entereza cuyo eco parece atravesar cada sección de tan terco cráneo desarrolla un lazo con una razón que no deja otra opción.

Llega entonces a evitar y callar esta emoción lastimante y bañada en desprecio que invoca a alejarse de cuerpos astrales, estos que su mundo son como planetas vecinos y que hacen parte de un universo de sistema ancestral y complejo como piezas que caen constantemente y sin parar en sus respectivas posiciones.

No había sido el arrastrante el ser culpable de la agonía cuya profundidad era alta pero de extensión corta. Su conciencia -que no reclamaba-  no gastaba volumen ni muchas palabras, solo le recordaba la levedad que este pequeño charco figuraba en su existencia.