viernes, 27 de mayo de 2016

¡Que chiste!

En aquél instante, debo confesar, que había definido que las cosas, la realidad, o el azar, al igual que la forma que habías pasado por mi vida y yo por la tuya;
quedarías en esta fotografía, que permitía ver, como por instantes, siempre tu misma forma, como un insecto atrapado irremediablemente en la resina de un árbol, y que sin importar el ángulo del cual se observase no habría diferencia alguna en lo que se ve, algo así también, como cuando uno se encuentra en una habitación que no ha sido visitada, pero que aún así en esta llega la luz y el polvo, dando la impresión de estar formando una gelatina de estos pequeños corpúsculos fácilmente
revoloteantes, pero suspendidos en el haz de luz.

Una suspensión, un ser comprensible, observable.

No te fui a buscar y me di con palabras, hechos y encuentros con los que ya no pertenecía ni estaba.

Ciertamente seguías dentro de un estado impasible, uno dentro el que no podría afectar, uno dentro del que mis palabras ni mis actos en esta suspensión no resultan.

Lo que había querido y definido, sí, perfectamente observable, pero por lo mismo quedé enajenado.

Si fuese un insecto que perteneciera en la misma resina, solo podría verte en una dirección, y no serías observable ni comprensible, pero al serlo te enajeno.

Era, una resina, una bola de cristal... y esta tiene una superficie, un filtro, una pared,  algo que no se puede atravesar...

Uno, en el cual, de cierta forma marqué como huella en cemento sin secar, como un ojear de hojas a un libro nuevo que lo deja intacto y sin cambios. y creía que solo había desorganizado a mi modo las cosas, para mi comodidad, pero resulté no ser de ni esos espacios, ni esa habitación, ¡que chiste!, creerme que al menos daría respiro a tu vida.