domingo, 10 de agosto de 2014

Domingo tres.

Ella lloraba, su gimoteo sonaba por toda la casa, se llenaba con un ligero eco.

Así mismo la casa, mientras ella ordenaba y limpiaba, hacía los mismos ruidos, sonaba igual, ajena, e indiferente a su dolor.

El día no se pintaba gris, ni frío, pero el polvo que levantaba de la limpieza era lo lúgubre que necesitaba en su escena.

Él en la ducha, el agua salpicaba fría, tal como cualquier otro día, hacía algo de calor, con su baño se refrescaba, también escuchaba el ruido de la casa, los gemidos de ella, su pesar. Sus sentimientos, al igual que los de la casa, eran ajenos a ella.

Ella veía venir la soledad.

Él también.

Y ser familiares, ¡tan ajenos!, tan extraños.


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