lunes, 31 de julio de 2017

Te debo un café.


El otro día, mientras enfriaba el café echándolo de un pocillo a otro.

Bueno, eso es una mentira, sabes bien como vivo, el café va de un vaso de icopor, de poliestireno, a otro de un tipo plástico que no me atrevo a clasificar, pero que a alivio de mi lector y mío no le pasa nada con el café.

Así, enfriando y revolviendo los tres sobres de azúcar que le eché al café, con ese vapor tan abrigante del café en mañanas friolentas de esta voluble ciudad, me acordé de ti.

Tres sobres de azúcar, el sitio es cómodo, pero el café es pésimo.

Querida amiga, quiero invitarte un café, uno bueno, uno caliente, uno que prometo enfriar, no a la temperatura donde ya no tiene sentido tomarlo, sino una en el cual tu boca no sea lastimada por el exceso de calor, uno donde el acto de enfriar sea lo tangible de mi cariño contigo.



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