De que me piense, ó que me dibuje,
por eso, y de lo que escuche de su voz y gestos, podría tratar de definirle.
Como briza tranquila de atardecer,
o la implacable luz que anuncia la mañana,
ni con su nombre podría contenerle, sólo nombrarle.
De sonidos metálicos se hizo la espera,
del frío el tacto resuena en la cabeza.
Entonces televisores, computadores, intinerarios, noticias
y otros arreglos en que distraigo y divago,
que como si en la espera con una ligera distracción
se esperan cual tacones marcando paso, acercando;
obvio aviso, obvio instinto,
las palabras que dijo ya las había leído.
Otra mañana ajena en la misma tierra,
otro mañana ajena en la mente de aquella.
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