En las nubes, de noche, el cielo estaba hecho un océano de nubes. El cielo estaba entre un tono naranja y rosado.
En las nubes, el cielo, se hizo un mar de nubes que pretendían ser olas.
En las nubes; el cielo se hizo un río.
En el cielo las nubes dejaron un fragmento obscuro, azul profundo, casi negro y se dejaban ver un par de estrellas, que por ser dos no podía dejar de imaginarme un pequeño hilo entre ellas.
A veces, las nubes se acercaban, pareciese que las fuesen a arrollar, ¡qué equivocado!, las rodeaban y las abrazaban.
Las nubes caprichosas se movían de un lado para otro, ya no parecía ni un riachuelo, nada, un montón de mantas densas y delgadas jugueteaban lentamente entre sí.
Las estrellas, el par y aquél tenue cordón que les unía sobrevivía, entonces, se hizo otro espacio, una a una estrellas aparecían, el par de estrellas del principio ya no parecía ser especial, ya se habían perdido entre el conjunto de aparentemente tímidas estrellas, como si el cielo tuviese miles de pequeños ojos y se mostrara tímido de ver el mundo cerrando y abriendo diferentes ojos tomando las nubes por párpados.
Despejándose más el cielo, las estrellas parecían ser individuales, contando historias, como si fuesen los ojos de cada entidad contando sus propias historias de tiempos, de distancias.
En el cielo, las nubes parecían ya pequeñas islas quietas flotando en un azul profundo decorado de puntos blancos.
En el cielo, nubes y estrellas arrullan mis ojos, duermo.
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