Como si de golpe diera vuelta mi suelo,
y si me hubiesen exiliado al cielo,
mi mente concilia la idea,
se posa sobre la frágil imaginación.
Sentado esperando,
sentado descansando;
acostado observando,
acostado tarareando,
me adentro en tales idealización.
Saco la pequeña cajilla metálica,
de botones y tacto,
con torpeza agudizo la vista,
y busco el ojo tercero.
¡Cuidado!
Chck.
Presiono el botón,
en el instante en que por mi mente
caí en el vacío azul de motas blancas supendidas.
Y me ví antes de caer,
en un ligero abrazo de las ramas,
ni suave ni cálido,
pero que me intentó atrapar.
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